Aunque por miedo a lo desconocido el sector más magufo opine lo contrario, la ciencia demuestra que no hay ningún peligro en la modificación genética de plantas o animales para uso alimentario.
Muchas personas sienten y transmiten una indocumentada paranoia respecto a las cuestiones genéticas, al menos en España. Pero hemos de tener en cuenta que, cada vez que comemos, ingerimos genes de otras especies (salvo que seas antropófago, lo cual, genes aparte, está muy mal visto). Así que no deberíamos caer en el discurso absurdo sobre los peligros de recombinar nuestro genoma con los genes presentes en nuestro plato, comamos transgénicos o no. Si comes alitas de pollo, comes todos los genes del pollo incluidos aquellos que controlan el crecimiento y desarrollo de las alitas en cuestión -y no te conviertes en un angelito-, si comes acelga comes genes de sus hojas, y no te salen por las orejas, y si comes rabo de toro tampoco te crece nada de nada. Tal vez oído muchas veces el refrán “de lo que se come se cría”, como Fernando V de Aragón, pero la ciencia ha demostrado que no tiene ni pies ni cabeza, así que no te preocupes por los genes de la comida: toda los tiene.
Un transgénico es aquel organismo que posee un gen -o más- diferente de aquel que originalmente se le podría atribuir, gracias al uso de técnicas propias de la ingeniería genética. Ese gen puede haber sido extraído de un ser vivo, modificado en el laboratorio y reintroducido en el mismo organismo, o extraerse de una especie e introducirse en otra. Los transgénicos se conocen técnicamente como OGM (Organismos Modificados Genéticamente).
Si ese organismo se come, es un alimento transgénico; pero más allá de lo comestible los OMG tienen una importantísima aplicación cotidiana en la elaboración de fármacos, fermentos, detergentes, cosméticos o el algodón con el que se hacen los billetes que ahora llevas en el bolsillo. ¿Tienes miedo a los transgénicos? Ni se te ocurra tocarlos: los coges con una pinza, los metes en un sobre y los mandas a La Iglesia del Séptimo Buen Rollo Comidister (a mi atención, yo me desharé de ellos).
Los primeros ensayos con OMG’s se realizaron en Europa a mediados de los 80, concretamente en la planta del tabaco, aunque en poco tiempo los EE.UU. tomaron la delantera. Para principios de 1993 la FDA dictaminó que los OMG eran seguros, y en 1994 se comercializó con cierto éxito el primer alimento transgénico, el tomate “FLVR SAVR” (hoy desaparecido): su super poder era aguantar más tiempo sin estropearse.
Más allá de la historia de este tomate, las iniciales expectativas y su caída en desgracia comercial, debida en cierta medida a los miedos infundados -como se comprobó más tarde-, cabe destacar al menos dos fases en el desarrollo de los alimentos transgénicos:
Más allá de las implicaciones directas sobre la salud, el tema de los transgénicos está marcado por otras dos importantes polémicas: la medioambiental y la económica. Respecto la última, uno de los argumentos que más ha dañado la imagen de los transgénicos fue decir -en sus orígenes-, que serían la solución al hambre en el mundo. Es fácil contrastar que, después de dos décadas tras la introducción de sus cultivos, poco o nada ha cambiado en relación con este mal, que depende más de las soluciones y voluntad políticas que de las técnicas: el hambre en el mundo podría acabar mañana, con transgénicos o sin ellos. La otra problemática económica se refiere al monopolio y a las presiones que -según algunos- ejercen algunas de las multinacionales que trabajan con transgénicos. Como no es un tema nutricional no pienso meterme en este jardín, solamente mencionar que varias de estas multinacionales, comunicaron que cederían de forma gratuita sus licencias a la African Agricultural Technology Foundation.
Respecto a las cuestiones medioambientales y la pérdida de biodiversidad asociada al uso extensivo de transgénicos, cabe recordar que esa pérdida se produce de toda la vida, gracias a la práctica habitual -y esperable- de los agricultores de utilizar aquellos cultivos que mejor funcionan (y arrinconando, e incluso desterrando al olvido los demás). Por el momento la aparición de los OMG’s no han planteado nuevos o mayores riesgos que aquellos derivados de la agricultura convencional, siempre que se sigan -o se mejoren- las normas que actualmente se aplican en la evaluación de sus variedades. Para asegurar la pervivencia de las especies que desaparecerían -con transgénicos o sin ellos- también existen los bancos de semillas.
La regulación de los alimentos transgénicos la lleva la Comisión Europea, que cuenta con la opinión científica de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) para emitir sus dictámenes: si quieres más información didáctica de cómo observan estas cuestiones, aquí encontrarás la referente a las plantas OMG’s o a los animales OMG’s.
Desde un punto de vista legal, todo está preparado -desde hace más de 15 años- para poner a la venta alimentos transgénicos, y comprarlos o evitarlos según las filias y fobias personales. Pero en realidad es rematadamente difícil encontrar alimentos o productos elaborados con transgénicos: al igual que ocurre en España, y solo aquí, con el aceite de colza, los productores y distribuidores no tienen ninguna gana de jugársela poniéndolos abiertamente en el mercado, a causa del rechazo visceral -no racional-, que estos conceptos pueden tener en el gran consumo.
En un ejercicio de simplificación extrema de la normativa, se recoge la obligación de mencionar la presencia de OMG’s en un producto cuando su presencia es igual o superior al 0,9 % de la composición, y el etiquetado lo ha de expresar las siguientes “modificado genéticamente” o “producido a partir de [nombre del ingrediente] modificado genéticamente”. Si queréis profundizar en el tema, podéis consultar esta guía de aplicación de estas exigencias de etiquetado y trazabilidad, publicada por los ministerios de Sanidad y Agricultura junto con la FIAB.
Nuestros ancestros que no sabían muy bien las implicaciones últimas de su trabajo en materia genética (el término “gen” se describió en 1905) a día de hoy y sabiendo qué nos traemos entre manos, se pueden buscar este tipo de mejoras con una mejor mira telescópica y sin depender tanto del azar. El avance de los tiempos nos ha llevado a emplear la ‘ingeniería genética’ y manejar genes aislados mientras perseguimos cualidades casi a la carta en nuestros alimentos, entre otras cosas:
Si alguien contrario a los transgénicos tiene pensado acusarme de estar a sueldo de Monsanto, DuPont o Syngenta, -de lo cual no podéis tener ninguna prueba, porque es falso- le sugiero intente convencerme con argumentos objetivos basados en la ciencia: si es así, seré el primero en tenerlos en cuenta.
Juan Revenga es dietista-nutricionista, biólogo, consultor, profesor en la Universidad San Jorge, miembro de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN) y un montón de cosas sesudas más que puedes leer aquí. Ha escrito los libros “Con las manos en la mesa. Un repaso a los crecientes casos de infoxicación alimentaria” y “Adelgázame, miénteme. Toda la verdad sobre la historia de la obesidad y la industria del adelgazamiento” y -muy importante- es fan de los riñones al jerez de su madre.
Publicado: 03 de abril de 2018
Fuente: El Comidista
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